Sep 142012
 

El cineasta Jaime Rosales reitera y depura los aciertos de su ópera prima, Las horas del día

No hay que ver en su título una descripción de su trama sino más bien un aspecto formal y de puesta en escena. En La soledad, los personajes se presentan la mayoría de las veces reencuadrados, encasillados o separados por el contorno de una puerta, el marco de una ventana o el extremo de un tabique. De forma natural, cada uno de los magníficos actores, actúa en un compartimento dentro de la imagen, en su propia burbuja donde se aísla, mientras los diálogos y la comunicación parecen fluir. Se utiliza un recurso nada habitual (recientemente lo he visto en otra película, Conversations with another women, del 2005) llamado polivisión, recurso que consiste en partir el encuadre en dos imágenes y que permite de forma simultánea ver dos vértices distintos de la misma secuencia. De ese modo, igual que su argumento, que pivota entre dos personajes principales, Antonia y Adela, y la acción, que transcurre tanto en un pueblo rural como en Madrid, sitúa y desorienta al espectador frente un espacio dramático dividido, mientras podemos percibir una historia en la que las secuencias suceden de forma gemela, donde los gestos, incluso los sonidos, riman. ¿No es el ruido de fondo del último plano general de la urbe, que cierra el film, demasiado idéntico a la imagen campestre que lo abre? ¿Querrá decirnos el director Jaime Rosales que el éxodo del campo a la ciudad no se ha producido en realidad y que los sentimientos en uno y otro lado son los mismos?

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