Marco: Festival Internacional de Cine de Valladolid-Seminci.
Situación: Rueda de prensa de “Funny Games” (1997).
A propósito de un célebre y durísimo plano-secuencia de Funny Games (1997), muy difícil de olvidar, tuve ocasión de preguntar a Michael Haneke: ¿Por qué en ese instante terrible de muerte, donde los miembros restantes de la familia quedan mudos, desgarrados por dentro, ha escogido para ese monitor encendido, único elemento de vida, las imágenes de una carrera de coches? Michael Haneke, sabio, atento e inteligente fue evasivo y no me contestó. Me invitó a que, más adelante, hallara una respuesta. Que escuchase atentamente ese sonido monótono, circular, y lo enmarcara en ese tempo detenido, devastador. Dejó que yo mismo reflexionara y entendiera que algo tan mecánico, como el ruido de un motor, fuese la banda sonora elegida para cortar el silencio de una tragedia. ¿Qué expresa, entonces, este contrapunto? ¿Por qué violentar esa intimidad que exige un momento tan grave?
La respuesta se halla en la propia naturaleza del cine. Esa combinación de luz y oscuridad que genera un espacio nuevo donde conviven los antónimos: placer y dolor, pasión y rechazo, vida y muerte. La televisión emite una carrera en un circuito y, entonces, entendemos que, al margen de los personajes, el tiempo no muere, el círculo no se completa. Por más que unos padres se reclinen ante el cuerpo recién asesinado de su hijo, todas las historias, ésta también, cumplen el mismo final: la vida sigue.