Oct 102012
 

En todos sus fragmentos, el mundo que representa “Optimisti” es tan terrible, tan confictivo, que se adueña del continente cinematográfico. Ante tanta negrura, el cineasta serbio Goran Paskaljevic, introduce la jocosa figura del intruso, el iluminado, el despistado. Los optimistas.

Como ocurre con alguno de los cineastas contemporáneos más interesantes, el cine de Goran Paskaljevic ha alcanzado una depuración de estilo tal que el propio medio cinematográfico ha pasado a último término. Ya no importa tanto el plano sino su contenido; ni la iluminación, sino la tensión eléctrica de la imagen; ni tampoco el encuadre, para nada hermético ni bello, sino sólo justo servidor de una representación precisa y emotiva del mundo.

En Optimistas, la seductora visita del optimismo sumerge a una comunidad esquizoide, enferma o miserable en una profunda sinrazón. Una línea argumental y un encuentro paradójico que impregnan no sólo al conjunto de historias rotas que el cineasta organiza con un ritmo y una precisión geométricas, sino también al propio espectador que, fascinado e hipnotizado, asiste a una larga serie de magistrales interpretaciones. Del hombre cojo al coche de policía, y de la ambulancia a un marchoso autobús, la trama se transfigura pero nunca se detiene, ni pierde el interés y nos conduce a un viaje jocoso, cruel y patético en el que una sociedad perdida se transforma momentáneamente, olvidando el sentido dramático de la realidad y recuperando plenamente la ilusión. Y lógicamente, gracias a ese baño intermitente de optimismo, Paskaljevic ha concebido su última película bajo una eterna luz del día, ofreciendo un mosaico humano esencialmente tan positivo que, salvo una secuencia muy dramática, ignora la noche.

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