Sep 022012
 

De forma lánguida, retrata los últimos años de Ian Curtis, el cantante de Joy División, como si fuera una fotografía en blanco y negro muy consciente del pasado

IAN. I AM. Apenas una débil línea vertical separa el nombre del líder de Joy división de la primera conjugación del verbo ser, existir. Un juego nada inocente que, además, rima con esa voz interior de Ian Curtis que oímos en la primera escena del film: La existencia, ¿qué importa? Existo de la mejor forma que puedo (palabras tomadas de la canción Heart and soul). Es esa misma debilidad existencial la que motiva que la película haya sido rodada en blanco y negro, reflejando de un modo directo el peso de un tiempo que, dada su brevedad, no adquiere peso ni color. Es como si la película fuese formalmente muy consciente de que su protagonista apenas existe, y lo retratara como esas fotografías desteñidas que nos hablan de un pasado remoto e irrecuperable. El director Anton Corbijn, sirviéndose de la vida y las canciones de Joy Division, plenas de frío, metal, silencio y muerte, parece querer encontrar alguna pista que anticipe y dé algo de sentido a una tragedia tan trivial como la que acabó con este genio. Vano intento viniendo de una película tan bella y perfecta. Tendría que sumar menos aciertos, ser más arriesgada. Podemos ver cómo el rostro de Ian se difumina detrás de cada ventana, pero nunca sentimos la electricidad que despide cada ataque epiléptico. Así, desacompasada, desligada de su protagonista, somos testigos de cómo Ian, que no la película, perdió el control. Y sólo tenía 23 años. Una cifra que, esculpida al final del film, sobre unas nubes, aclara mejor lo que visualmente resulta inexplicable.

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