En el instante de escribir estas líneas, la única referencia que localicé en internet en torno a este film sueco, comentaba la siguiente característica: El director Lars-Magnus Lindgren logró en 1964, un extraordinario triunfo comercial con “Käre John”, con los mismos actores y la misma franqueza erótica.
Para un cineasta, las primeras imágenes de cualquiera de sus films son difíciles y graves, le comprometen demasiado. Sabe que el espectador las exige plenas, claras, rápidas, directas, a ser posible vinculadas a su propio yo. Desde la fase del guión, el objetivo siempre es el mismo: obtener nuestra complicidad. A primera vista, la estrategia creativa consistiría en crear personajes reconocibles envueltos en un conflicto efervescente, lograr que respiremos una densidad dramática embriagadora, que nos haga formar parte integrante del film. Käre John (Querido John, 1964), menos aduladora, más adulta, se sitúa en un plano muy distinto. En ella el espectador accede a ese “status” sólo si persiste, si mantiene su mirada, asume su posición de voyeur y se interesa por unas imágenes y unas palabras, en principio, no reconocibles. La historia romántica que atraviesa el film, interumpida por oportunas secuencias marítimas, de ningún modo responde a una estructura lineal, ni pretende adoptar las formas de un moderno puzzle o jeroglífico. Presenta más bien a una estructura evocativa, compuesta por imágenes y voces llamativamente reiterativas, como si se trataran de olas, susurros marítimos. Las secuencias clave del film se nos muestran dos veces, atienden a un doble movimiento: la primera vez, sea por falta de información, un ángulo extraño o unos actores que nos dan la espalda, surgen disfrazadas de cualquier posible sentido o resultan directamente inasequibles al espectador; la segunda, esas mismas secuencias, tomadas desde otro ángulo, revelan su auténtica significado. Un doble movimiento que delata nuestra auténtica y verdadera posición de espectadores: respecto a la intimidad ajena, en la vida como en el cine, en primer lugar somos intrusos, luego cómplices.
Käre John pertenece a esa casta de films capaces de reducir su trama a una sola situación y un periodo de tiempo concretos. En este caso, un día, el primer día que dos inminentes amantes pasean juntos por el mundo. Ese instante mágico de renacimiento en que todo, palabras, hechos, imágenes, adquieren un nuevo sentido, en que el pasado se transforma únicamente en un engranaje que te ha conducido a ese tiempo y lugar. Käre John, lejos de ser una sencilla “love story”, intenta trazar la línea del deseo y, para ello, el cineasta sueco recurre de forma muy inteligente a silencios, miradas suspendidas en el vacío y, dos personas que, alimentan una espera a base de cigarrillos, café y copas de vino. De ese modo, el momento del amor es también el silencio de los objetos, de los gestos compulsivos y sólo se vuelve a ellos en el difícil momento de la despedida, cuando el marinero John vuelve a embarcar.