Jul 212012
 

Mi flirt con este film comenzó en verano del 2001, cuando se proyectó en los minicines Albatros. Luego, no he podido olvidarla. Sobre todo cuando su directora, Virginie Wagon, después de regalarnos esta joya, no volvió a hacer ninguna otra película para cine, sólo trabajos para televisión. Pero no importa. Hay personas geniales capaces de decir mucho más en una sola película que otros en toda su filmografía.

¿Qué motivos tengo para hablar así? ¿Qué tiene de extraordinario este film? Algo muy importante: después de verla, no sabemos qué postura moral apoyar. Entendemos casi todos los movimientos, la conducta de los personajes y, pese a ello, no sabríamos resolver el crucigrama que nos plantean. Esto conecta directamente con la primera imagen, los primeros 20 segundos de película. Una secuencia de espera. A simple vista, no parece tener mayor contenido que el de una persona que hace tiempo. Pero vuelta a ver, después de conocer el resto del film, reaparece cargada de sentido. Describo detalladamente: una mujer se pasea en el rellano de un piso. Fuma. Camina derecha a izquierda, con paso elegante y firme. A su lado, el título del film: Le secret. Vemos que esa mujer singular, que está sola en la pantalla, lleva consigo toda la sabiduría del mundo. Una información recopilada en una enciclopedia de 12 volúmenes, con 20.000 ilustraciones. Una mercancía valiosa que vende orgullosa. Lo que no sabe es que está fuera de su paso firme: esas dos palabras que nombran la película, Le secret, no queda respondido en ninguna página de la magnífica enciclopedia.

Recuerdo haber oído decir a José Luis Borau, que sólo le interesaba hacer películas en torno a cosas que desconocía. A Virginie Wagon le sucede lo mismo. Por más que en el año 2000, sea una mujer de 35 años que contempla por el objetivo de la cámara a otra mujer de 35 años, mientras la filma, está aprendiendo cosas que no sabría explicar de sí misma. Porque si uno es un verdadero artista, y un poco filósofo, le ocurre algo muy curioso cuando hace un autorretrato de sí mismo: por más que pretenda ser sincero, recurre a esa tendencia humana tan natural de colocarse capas. Una capa evidente se llama moralidad; otra, ética; una tercera, respeto; una cuarta, virtud… Y así, sucesivamente, hasta el punto de desaparecer o dejar sólo una caricatura. Imaginad que esas capas se han barrido. Que contemplamos un retrato descarnado. Y tenemos la sensación de ver una persona en pantalla, sin focos ni máscaras. Una mujer sale de su burbuja laboral y familiar. Desde allí, impúdica, se muestra y nos mira. Ella ha salido, pero nosotros seguimos dentro, metidos en nuestro propio callejón sin salida. Y mientras se enfrenta, y nos enfrenta, con su verdad, es inevitable que muchos reaccionemos. La discutimos. Al ver la película, no dejamos de hablar de la contradictoria sensación que deja esta suspensión del sentido clásico de la verdad. También de la palabra cuerpo. Desnudo. Sexo. Se pueden retomar estas palabras y lograr que nos resulten nuevas. El verdadero arte cinematográfico, aquél que trasciende y va más allá de sus evidentes posibilidades eróticas y pornográficas, lo consigue. Siempre y cuando el artista no se canse de recordarnos algo fundamental: que todo está contenido en la piel. El cuerpo y el alma. No hay conflicto. Por más que la mayoría, una infinidad de películas ordinarias que acabamos olvidando, no sepan mostrarla. Esta vez sí, es la verdadera piel. Podemos verla. Por otro lado, pensadlo dos veces, ¿alguno de vosotros se resiste a conocer el secreto?

 Deja un comentario

(required)

(required)