Sin dejar de ser divertida, el guionista de Pequeña Miss Sunshine, logra que la saga dé un paso de gigante en dramatismo y complejidad
Se anuncia ya en el clásico corto que precede a las producciones Pixar. En Noche y Día, la pieza maestra más conceptual que haya sacado la factoría, vemos como los extremos se tocan. El paraíso se encuentra a un paso del infierno. Tan pronto eres juguete como residuo, tienes dueño como te ves abocado a la oscuridad y el polvo. La misma imagen que abre y cierra esta película, un cielo nublado, anuncia el que es, y ha sido, el capítulo más violento y oscuro de toda la saga, el que más se aproxima a una tragedia, aquel que marca el final de una era, ese dramático paso de la niñez a la adolescencia. Nunca una estrofa de la canción leit-motiv, Tienes un amigo en mí, había sido tan cuestionada. El tiempo pasará, lo nuestro no morirá. Pero el tiempo existe, y la muerte nunca había sido tan posible. La primera secuencia marca precisamente el último delirio de Andy con sus juguetes, los últimos destellos de su mente infantil. Y Michael Arndt, guionista de Pequeña Miss Sunshine, ha resuelto ese conflicto combinando ambos extremos: la risa luminosa e inteligente con la gravedad más rotunda y extrema. Apoyado por algún guiño cinéfilo, como ese mono malvado, el ojo que todo lo ve, nacido a partir de un resumen de 2001, Arndt, señala tanto como sortea uno de los peligros del cine moderno: ese exceso de visibilidad que podría dinamitar ese misterio enriquecedor que reside en nuestra imaginación.