Oct 162012
 

Más allá de su estética ochentera, este film, el más famoso de Jean-Jacques Beineix, pervive. Mantiene su temperatura de 37º 2. Como dijo el cineasta británico Anthony Minghella: “Betty Blue trata sobre una mujer que está vestida y un hombre que está desnudo.”

Betty Blue, es la fantasía sexual que cualquiera de nosotros soñaría. Se mueve con locura hacia delante, como una road movie emocional. La chica de la película quema todos los barcos, corta violentamente las ataduras de una vida esclava que su protagonista no merece. Ella es el cine. Es el movimiento. La libertad. La pasión. Le susurra, “movámonos sin descanso, amémonos sin descanso”. Con ella, su alma arde. Y las palabras vuelven a fluir. No hay gesto más emocionante que el de ese hombre que vuelve a colocarse delante de su vieja máquina de escribir, tanto tiempo abandonada. La pantalla se llena, entonces, de azul. Del mismo color de una canción lánguida. Finalmente, Betty Blue es un film triste, es la película de los gestos abandonados, de las miradas perdidas, de los cuerpos devastados prematuramente. Aunque en medio de todo ello, sobrevive, sigue manando una energía.

Acaba a las 3 horas, pero sabemos que en realidad sigue, que ese hombre nunca podrá olvidar a esa mujer, que ha resurgido gracias ella, gracias a su calor y apoyo, como si se tratase de un segundo vientre que te permite renacer, que te devuelve a la vida con otros ojos.

Oct 132012
 

Antes que el cine, que el arte, existió el viaje. Sea como búsqueda, evasión, posibilidad de encuentros, el viaje supone el desplazamiento de unos cuerpos poco resignados a estancarse, a permanecer en la misma estación. De manera muy divertida, Lost in America, muestra cómo ese movimiento no es necesariamente hacia delante.

En una ocasión muy especial, rodeado de unos cuantos niños en torno a la inminente proyección de Rock School Band (2009), les conté: ¿Sabéis en que consiste el cine? Es muy sencillo. El cine habla de personas que se enfrentan con el tiempo. Lo que vemos, básicamente, son imágenes de personajes muy jóvenes, tanto como vosotros, que se empeñan en imitar a los mayores; y, lo contrario, personajes muy adultos que intentan parecer más jóvenes, que se comportan como niños. Unos se adelantan al tiempo; otros, retroceden.

No es raro que ese gran movimiento que van a emprender los protagonistas de Lost in America, sea hacia atrás. En busca de menos responsabilidades, más locura y, sobre todo, con idea de recuperar la ilusión por vivir y escapar a las trampas del capitalismo. Recuperar la primera edad, la de una cierta inocencia, esa que pervive en el cine. También en el espíritu de los personajes que Albert Brooks y Julie Haggerty (recordadla, en Aterriza como puedas (1980)) encarnan en esta película olvidada de mediados de los 80.

¿Que quién es Albert Brooks? ¿Recordáis al compañero de fatigas de Cybil Shepperd, sí, la protagonista de la serie de TV Luz de luna, con la que liga Robert de Niro en Taxi Driver (1977)? Trabaja en una campaña electoral, y Albert, menos atractivo que Robert, se queda sin conquistar a la bella Cybil. Presente en algunas producciones importantes, siempre como secundario, fue nominado al Oscar por su trabajo en Broadcast news (Al filo de la noticia, 1987), Albert Brooks, desata su vis cómica, asume el protagonismo dentro de una obra que inició en 1978 con “Real life”, y que sólo ha conocido un éxito moderado.

Perdidos en América, parece destinada a todos aquellos que han escogido mal los sueños, que han errado sus prioridades. Empieza como una dedicatoria, un grito de ovación para todos esos prisioneros que sueñan otros mundos, que se atreven a intentar recuperar su identidad. Y digo que parece, porque luego no es así. No es un film de autoayuda que hable de quimeras ignorando peligros y pesadillas. Detrás y delante de la cámara, Albert Brooks aborda siempre el fracaso, la aventura abortada, el argumento roto antes de acercarse siquiera a la meta. En sus films, desata un humor ligeramente amargo, un estilo particular de comedia que también rompe. Casi todos los desenlaces parecen paridos en estado de embriaguez, pues Brooks, borracho de ficción, de cine, de fantasía, acaba imponiendo unos finales felices delirantes, apaños de parroquia imposibles que ningún espectador debería tomarse en serio.

Oct 102012
 

En todos sus fragmentos, el mundo que representa “Optimisti” es tan terrible, tan confictivo, que se adueña del continente cinematográfico. Ante tanta negrura, el cineasta serbio Goran Paskaljevic, introduce la jocosa figura del intruso, el iluminado, el despistado. Los optimistas.

Como ocurre con alguno de los cineastas contemporáneos más interesantes, el cine de Goran Paskaljevic ha alcanzado una depuración de estilo tal que el propio medio cinematográfico ha pasado a último término. Ya no importa tanto el plano sino su contenido; ni la iluminación, sino la tensión eléctrica de la imagen; ni tampoco el encuadre, para nada hermético ni bello, sino sólo justo servidor de una representación precisa y emotiva del mundo.

En Optimistas, la seductora visita del optimismo sumerge a una comunidad esquizoide, enferma o miserable en una profunda sinrazón. Una línea argumental y un encuentro paradójico que impregnan no sólo al conjunto de historias rotas que el cineasta organiza con un ritmo y una precisión geométricas, sino también al propio espectador que, fascinado e hipnotizado, asiste a una larga serie de magistrales interpretaciones. Del hombre cojo al coche de policía, y de la ambulancia a un marchoso autobús, la trama se transfigura pero nunca se detiene, ni pierde el interés y nos conduce a un viaje jocoso, cruel y patético en el que una sociedad perdida se transforma momentáneamente, olvidando el sentido dramático de la realidad y recuperando plenamente la ilusión. Y lógicamente, gracias a ese baño intermitente de optimismo, Paskaljevic ha concebido su última película bajo una eterna luz del día, ofreciendo un mosaico humano esencialmente tan positivo que, salvo una secuencia muy dramática, ignora la noche.