Antes que el cine, que el arte, existió el viaje. Sea como búsqueda, evasión, posibilidad de encuentros, el viaje supone el desplazamiento de unos cuerpos poco resignados a estancarse, a permanecer en la misma estación. De manera muy divertida, Lost in America, muestra cómo ese movimiento no es necesariamente hacia delante.
En una ocasión muy especial, rodeado de unos cuantos niños en torno a la inminente proyección de Rock School Band (2009), les conté: ¿Sabéis en que consiste el cine? Es muy sencillo. El cine habla de personas que se enfrentan con el tiempo. Lo que vemos, básicamente, son imágenes de personajes muy jóvenes, tanto como vosotros, que se empeñan en imitar a los mayores; y, lo contrario, personajes muy adultos que intentan parecer más jóvenes, que se comportan como niños. Unos se adelantan al tiempo; otros, retroceden.
No es raro que ese gran movimiento que van a emprender los protagonistas de Lost in America, sea hacia atrás. En busca de menos responsabilidades, más locura y, sobre todo, con idea de recuperar la ilusión por vivir y escapar a las trampas del capitalismo. Recuperar la primera edad, la de una cierta inocencia, esa que pervive en el cine. También en el espíritu de los personajes que Albert Brooks y Julie Haggerty (recordadla, en Aterriza como puedas (1980)) encarnan en esta película olvidada de mediados de los 80.
¿Que quién es Albert Brooks? ¿Recordáis al compañero de fatigas de Cybil Shepperd, sí, la protagonista de la serie de TV Luz de luna, con la que liga Robert de Niro en Taxi Driver (1977)? Trabaja en una campaña electoral, y Albert, menos atractivo que Robert, se queda sin conquistar a la bella Cybil. Presente en algunas producciones importantes, siempre como secundario, fue nominado al Oscar por su trabajo en Broadcast news (Al filo de la noticia, 1987), Albert Brooks, desata su vis cómica, asume el protagonismo dentro de una obra que inició en 1978 con “Real life”, y que sólo ha conocido un éxito moderado.
Perdidos en América, parece destinada a todos aquellos que han escogido mal los sueños, que han errado sus prioridades. Empieza como una dedicatoria, un grito de ovación para todos esos prisioneros que sueñan otros mundos, que se atreven a intentar recuperar su identidad. Y digo que parece, porque luego no es así. No es un film de autoayuda que hable de quimeras ignorando peligros y pesadillas. Detrás y delante de la cámara, Albert Brooks aborda siempre el fracaso, la aventura abortada, el argumento roto antes de acercarse siquiera a la meta. En sus films, desata un humor ligeramente amargo, un estilo particular de comedia que también rompe. Casi todos los desenlaces parecen paridos en estado de embriaguez, pues Brooks, borracho de ficción, de cine, de fantasía, acaba imponiendo unos finales felices delirantes, apaños de parroquia imposibles que ningún espectador debería tomarse en serio.