Ago 102012
 

Mientras el mundo grita en el cine todos sus problemas, el director britanico Mike Leigh se desmarca construyendo una película en torno a un personaje profundamente feliz

A primera vista, Poppy, la joven que protagoniza este film, parece sólo una lunática desbocada que ríe sin sentido y puede ser una presencia forzada para más de un espectador. Sin embargo, ella y sólo ella, justifica que Happy-go-lucky (título original, traducible como “La viva la Virgen”) sea una sorprendente isla dentro de todo un universo cine que insiste en nutrirse una y otra vez con personajes cargados de problemas. Desde el primer al último plano, ella está encantada sólo por el hecho de existir. Y baila significativa y transgresoramente en la disco al ritmo de Common people, del grupo Pulp. Porque, como dice la canción, por más que le pese al mundo, jamás vivirá, ni hará, ni fracasará como la gente corriente y nunca verá, como muchos, que su vida se desvanece. Poppy es capaz de eso y mucho más, incluso de reír (casi) sin parar en una película de Mike Leigh, donde la batalla por la felicidad está de antemano perdida y sus tramas, a menudo oscuras, suelen llenarse de nervio, de rabia, de locura, de vida. No se trata para nada de ese típico cine realista inglés. Aquí, Leigh, despliega como nunca toda una poética del espacio y hace de Londres una ciudad totalmente inventada, un lugar diferente donde ha dejado de llover y todo se ha transformado en un espacio mental que revela el espíritu luminoso de la protagonista. Así, en un instante de inmensa dicha, de envidiable intimidad amorosa, vemos como la puerta se cierra en torno a un primer beso. Parece que la cámara se aparta, pero no, queda también dentro. Y es que allí, donde otros cineastas sufren, callan y sólo ven oscuridad, Leigh ha retratado como nadie los instantes de luz.

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